El arte de ser Papá Noel
─Debes elegir la barba más larga y tupida,
y que tenga la mejor adherencia de todas, pues incluso el rasgo menos delator en
tu rostro podría dejarte al descubierto. Cuida la puntualidad que es esencial,
que no te alcance la media noche sin vestir el traje rojo. Sé hábil de manos
para envolver y apilar los obsequios junto al árbol navideño, como si se tratase
de un hábito o una profesión. La chimenea es una parte innecesaria en el
proceso, uno suele usar la puerta o en su defecto, entrar por la ventana. Que
no te importen la estatura ni la complexión, de todas maneras la idea es evitar
ser visto una vez que entras a casa. Gritar un “Jojojo” siempre será mejor opción
al retirarte que al llegar. El carbón es un señuelo para el mal portado, pero
no dejes a nadie con las manos vacías. Al amanecer, finge que nada de esto hubiese
ocurrido, que dormías tranquilo, que no estuviste ahí, no querrás ser el centro
de atención mientras se abren todos los regalos─ fueron los últimos consejos de mi padre en este hermoso arte de ser
Papá Noel por una sola noche, la Nochebuena. Consejos con los que en su
momento, me burló por más de diez navidades para mantener viva en mí no sólo la
ilusión que de niño implicaba la espera por la llegada de Papá Noel a casa,
sino la emoción que hoy, ya de adulto, conlleva serlo: de vestir el traje rojo,
de hacerse con todos los obsequios, de planear el modo de escurrirse sigiloso hasta
el árbol de navidad. ─¿Es así como te
sentías tú al hacerlo, padre?─ me digo, mientras
me miro al espejo y me acomodo la barba postiza para evitar complicaciones esta
noche. Y me sonrío.
Comentarios
Publicar un comentario