¿Quién le lleva los regalos a Papá Noel…?

…de pequeño solía preguntármelo constantemente, sin hallar una sola respuesta lógica. Me llegaban a la mente todo tipo de suposiciones extravagantes: pensaba en alguna especie de conjuro maquiavélico para aparecer montañas de juguetes al instante. ¿Papá Noel sería en verdad más siniestro de lo que nunca nos imaginamos? me decía.

¿Acaso consigue los juguetes uno por uno a lo largo del año para no atarearse el día veinticuatro? No podía ser, en todo caso ya lo hubiesen visto en tan siquiera una de millones de jugueterías o tiendas de regalos que hay en el mundo, y si él no llevaba su traje rojo para pasar desapercibido, debían descubrirlo por estacionar a Rodolfo y el resto de sus renos a las afueras del establecimiento. Definitivamente esa no era opción. ¿Los pide por correo? Qué agobio y qué frío debe ser para el repartidor hacer escalas a lo largo del Polo Norte para ello.

Todo eso era tema de extensas charlas con mis amigos de la infancia para alcanzar la luz de la verdad. Todo era así hasta que en mi décima navidad, me tocó, sin querer, ver a un Papá Noel más esbelto y algo más ingenuo de lo que decían era él, llegar a tropezones hasta nuestro arbolito navideño a acomodar los regalos forrados hábilmente con papel de ese que tienen en los centros comerciales, justo cuando papá había salido minutos antes de casa alegando que debía atender unos mínimos pendientes. Qué casualidad. Se volvió hacia mí y al verme mirarle los zapatos negros favoritos de papá puestos en sus pies, me miró con la desesperanza con que un padre mira a su hijo al ser descubierto, y sólo alcanzó a gritar un “jojojo” bastante agudo y forzado, mientras salía de casa a toda prisa. Para mí fue algo inocentemente gracioso, papá no dijo nada al día siguiente mientras abríamos los regalos, ni jamás lo hizo. Esa sería la última vez que Papá Noel vendría a casa. Supongo que el hecho en sí mismo habló por papá, y las ilusiones infantiles sobre cómo llegaban los juguetes a manos de Papá Noel murieron para siempre. ¿Quién lo diría? tuve la respuesta todo el tiempo bajo este mismo techo─ decía.

Al día de hoy, que soy padre de dos hijos, y a la espera de una nueva navidad, lo recuerdo ya como uno de los episodios más simbólicos de mi vida. Charlando con viejos amigos sobre aquel entonces, me surge la misma pregunta de la niñez: ¿quién le lleva los regalos a Papá Noel? Uno de ellos mete la mano en el bolsillo, saca su móvil y lo extiende hacia mí. ─Según en mi cuenta de Amazon, llegan a la puerta de mi casa el veinticuatro por la mañana─ me dice con aires de triunfo ─habrá tiempo de sobra para esconderlos de los niños y hasta para planear cómo acomodarlos─.

No puedo evitar sonreírme con él y caer en cuenta de lo pronto que crecimos y que han cambiado las cosas. Qué rápido y sencillo se ha vuelto ser Papá Noel en nuestros tiempos. Aunque yo tengo otros planes, no pienso dejar que me descubran, hay un par de zapatos nuevos esperando en casa esta Nochebuena.

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